jueves, 30 de enero de 2020

La Escena de la Cruz de Guayo

Autor: MauricioToro
Eran las cuatro de la mañana. El alba todavía no aparecía en el horizonte, y el mundo tenía por ambiente solo sombra. Las nubes, cual enlutadas cortinas cubrían el inmenso altar de la noche y las pocas estrellas que alumbraban parecían puntos hechos de seda de oro que bordaban el extenso ropaje de la tierra. Y la carretera de Santa Bárbara presentaba un aspecto sombrío y aterrador. Aquella vía está hecha en la pendiente de un cerro muy escarpado y casi al pie de donde corre el Úlua, lo que hizo necesario construirle un muro para librarla de las excavaciones que dieran haber hecho las olas del bravo río. A la margen derecha del río (agua abajo), y donde está construida la carretera se levanta un cerro que en aquella noche, parecía un monstruoso animal que descansaba en la sabana; y los árboles de los cercos, como grandes columnas de gigantes que guardaban las aguas de majestuoso río.
Al lado izquierdo, donde se extienden fértiles vegas, se veían entreveces, en los ranchos de los milperos, la luz de sus hogueras, y del río solo se oía su canto eterno, y aquella noche parecía una colosal culebra que se arrastraba entre los bosques y las selvas; entreveces se veía el aletazo de un pez en medio del río, como si la misteriosa sirena hubiera abandonado sus palacios encantados para presenciar aquella triste escena.
En medio de aquel fondo oscuro se veía un punto blanco, era una cruz, la "Cruz de Guayo", como se le llamaba en memoria del constructor de la carretera.
Figura en nuestra imaginación, queridos lectores, una noche oscura, el cielo con pocas estrellas y lo demás cubierto de negros nubarrones, un imponente cerro negro, un río con un eterno ruido monótono, y en medio de las tinieblas, de la sombra, un punto blanco: "La Cruz de Guayo". Todo había reproducido en mi mente el aspecto aterrador en el cuadro tétrico de aquella triste noche de diciembre.
De repente se aparecen en el extremo de la carretera tres bultos; eran tres personas que caminaban por aquel camino, el de adelante era de alta estatura y algo grueso, los de atrás eran pequeños, y presentaban el aspecto  de muchachos. Ciertamente el más alto era  mi padre Nicolás, el otro era mi hermano Constantino, y el bulto de enmedio era yo. Mi padre muy conmovido nos aconsejaba diciéndonos: "Hijos míos, ustedes se llevan una parte de mi corazón, y yo quedaré con el alma destrozada, pero nada tiene, ustedes van a formarse, a estudiar, para que después sirvan a la sociedad en que vivan. Sean buenos, respetuosos con sus superiores; estudien con ahínco y siempre saldrán bien. Hijos de mi alma, la ausencia es hermana de la muerte..." Al decir esto mi padre, un sollozo se escapó de nuestra garganta. El continuó: " Yo estoy muy anciano, y tal vez no los volveré a ver. Que Dios los socorra en el camino y los mantenga buenos". hasta entonces oí por primera vez llorar a mi padre, un prolongado sollozo ahogaba su voz. Entre lágrimas y suspiros oímos con voz entrecortada. Un fuerte abrazo y un beso selló nuestra despedida.
Autor: MauricioToro
Iniciamos nuestro camino hacia la capital. A los pocos pasos de distancia una mirada retrospectiva y solo vi un bulto al pie de la Cruz de Guayo. Era mi padre que lloraba, y cuyos sollozos llegaban a mis oídos a pesar del ruido que producía el río. Parecía que la Cruz de Guayo se inclinaba respetuosamente ante tan triste escena.
El cielo seguía oscuro, el ruido del río crecía con más fuerza, el viento doblegaba la cumbre del los árboles, pero a pesar de tanto ruido ambiental, yo seguía oyendo los sollozos de mi padre. El cielo siempre con negros nubarrones, pocas estrellas alumbraban, y a lo lejos, las luces de los ranchos de los milperos, a través de mis ojos llenos de lágrimas las veía como llamas que iluminaban la llanura.






Esta es una Transcripción integra de lo que escribió Jesús Aguilar Paz al despedirse de su padre. Dicho texto se encuentra en el libro "El alquimista de Gualala", de autoría de Enrique Aguilar-Paz Cerrato, publicado en 1995.